Cuando descubrí Dechen Choling gracias a una búsqueda en internet, no sabía lo que sería un retiro de meditación ni que iba a descubrir todo un mundo. Un mundo de una semana en que nos dejamos, con el tiempo alargándose, lágrimas y risas. Un mundo donde reconectamos con algo más grande que el nuestro, en el que la sabiduría impresa en las postales de meditación en carne y hueso se comprenden aunque se hayan leído muchas veces. Sentimos la bienvenida en estos valles del Limousin, lejos de costas y cumbres. Se enseña a todas las generaciones a convivir en el mismo espacio, sin esconderse tras palabras que suenen falsas. Hay gongs y objetos distantes, tigres furiosos, serpientes con colmillos ganchudos, gallinas vengadoras, un círculo dorado en una tela blanca, un tilo visible por la ventana e iris en el jardín. La organización de la meditación invita a la calma y los días van transcurriendo con enseñanzas, cojines y paseos. La vida en Dechen Chöling parece revelar algún misterio.
Llegué aquí con muchas preguntas ¿tenemos que aceptar este mundo violento e inestable o queremos cambiarlo? ¿Qué hacer cuando ya no amamos? En vez de construir a partir del rechazo, aprendí a verlo de distinta manera, a ver el sufrimiento como una ocasión de entenderme mejor, a no cerrarme por complto ante los demás. Meditar es detenerse y abrirse, sentarse en el cojín con la mirada al frente. La respiración nos devuelve al cuerpo y corta el chismorreo de los pensamientos. En este lugar podemos familiarizarnos con nuestra propia euforia, fantasía, vergüenza y habla en círculos, sin intentar decir algo al respecto. La mente suele regresar, no hay más que ver mis puños cerrados y la mandíbula tensa. Mirar la llama en el altar y después abandonarse en el río de la propia vida que cruza otras vidas que forman parte de la misma vida… y aceptar que pasa sin intentar sujetarse a lo que la corriente arrastró hace tiempo. El corazón hace espacio, se aligera cada vez más… y luego, poco a poco, llega el momento de sentir en qué consiste aceptar por completo que estamos aquí y ahora. El grupo dicta su ritmo en un círculo. La felciidad es esta ausencia de lucha.
Recuerdo despertar alguna mañana con la luna en un cesto, las flores primaverales entre la niebla espesa, la pintura resquebrajada y el olor a pino quemado. Comemos unos frente a otros y se recitan plegarias frente a los cuencos humeantes. Suena el gong con las sílabas que irradia y píldoras de luz solar barren el suelo de este a oeste. Dejamos que todo fermente por los senderos. Recuerdo a dos faisanes escapando cuando pisaba la hierba alta. Me tendí entre campanillas y botones de oro. La lluvia me empapa la ropa pero el sol es cálido tras las nubes. Un concierto de ranas y pájaros. Pienso en lo que veo pero más en lo que no veo. Veo los rostros ajenos iluminarse de nuevo, recordándome que la gente es muchas cosas a la vez. Recuerdo una alegría inmensa que no deja espacio a la soledad.
En Dechen Choling siento que he vivido una experiencia social fuerte que tiene el poder de cambiarnos para vivir mejor. La felicidad no está tan lejos cuando ya no se interpone el ego. Encontré muchas respuestas que no siempre son respuestas. Aprendí que, a veces, no buscar una respuesta es una respuesta y que añadimos mucho sufrimiento como un pastel rebosando nata. Hoy sé que abrir el corazón es la única forma de vivir. En Viena abadono el miedo a los demás, mi miedo de ser distinta de lo que pensé que era.
Gracias a nustra profesora, Catherine, que me inspiró a escribir estas líneas. Gracias por set una guía tan infeccionsa, por ser vulnerable, por decir tengo miedo pero voy a ir de todos modos. Gracias por este lugar mágico. Espero vicir mucho tiempo y que muchas otras personas quieran encontrarse aquí. Dechen Choling es un regalo personal, el viaje más hermoso.